jueves, 1 de mayo de 2014




Desde el Club Ballesta, siguiendo la invitación del Papa Francisco a seguir ideales grandes y entrar en la onda de la revolución de la Fe, les hacemos llegar esta propuesta de un retiro espiritual para jóvenes que se hará del 29/5 al 1/6 en "Los Robles", una casa de retiros del Opus Dei ubicada en la localidad de Moreno.

PARA INFO E INSCRIPCION
Joaquín Gaviola
Cel. 15-3524-1418
joacogaviola@gmail.com



 Ballesta es un Club Juvenil donde los chicos reciben, en un ambiente en el que se cultiva con alegría la amistad, una formación integral: doctrinal, cultural y humana. 

Orientado a chicos de 10 a 17 años, el Club Ballesta aspira a afianzar y completar la educación recibida en el seno de la familia y en el propio colegio.Las actividades del Club se dirigen a desarrollar en cada uno el conjunto de esas virtudes humanas que son pilares básicos de su formación: la responsabilidad, la generosidad, la laboriosidad, la sinceridad, la alegría el respeto a la libertad y la constancia. La dirección espiritual -doctrinal y religiosa- está encomendada al Opus Dei.







sábado, 1 de diciembre de 2012


Carta del Prelado sobre el Año de la Fe

El Prelado del Opus Dei ha escrito una carta extensa con motivo del Año de la Fe. Señala la necesidad de una nueva evangelización, así como la exigencia de conocer y profesar la propia fe, uniéndose a Cristo por la oración.

29 de septiembre de 2012


Descarga Carta completa en formato PDF,  ePub, isilo, MOBI


Carta del Prelado (diciembre 2012)

Mons. Javier Echevarría continúa su repaso del Credo con motivo del Año de la fe. En esta carta, comenta las palabras "Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos...".

05 de diciembre de 2012

Descarga Carta en formato Smartphonepdbpdf



Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!


En la víspera de mi viaje al Principado de Andorra, dejé preparada esta carta para que se os enviara el primero de diciembre. He venido a esta tierra, invitado por el Arzobispo, para participar en la celebración del 75º aniversario de la llegada de san Josemaría a este país, tras haberse evadido —con una clara protección de Dios— de la triste persecución religiosa, durante la guerra civil española. Llegó a Sant Julià de Lòria, primera población en suelo andorrano, en la mañana del 2 de diciembre de 1937; allí, con los que le acompañaban, hizo la Visita al Santísimo en la iglesia del pueblo (no pudo celebrar Misa, porque las normas litúrgicas entonces vigentes prescribían el ayuno eucarístico desde la medianoche anterior). Sólo al día siguiente, 3 de diciembre, celebró el Santo Sacrificio revestido con los ornamentos sacerdotales, que no había podido utilizar durante muchos meses. Esta primera Misa en Andorra tuvo lugar en la iglesia de Les Escaldes, población situada en las cercanías de la capital, donde habían hallado alojamiento.

Deseo comenzar la carta con estos recuerdos, para que demos muchas gracias a Dios que, por intercesión de la Virgen Santísima, cuidó de san Josemaría con una providencia especial en aquellos difíciles meses. Sigamos nosotros el ejemplo de fidelidad de nuestro Fundador, abandonándonos siempre con total confianza en las manos de Dios, especialmente cuando las circunstancias resulten más costosas. Buena lección nos han dejado también aquellos primeros, que llegaron en los años 30, cuando ya la Obra "caminaba", por la fe grande que tuvieron en Dios y en san Josemaría, cuando no había "nada más" que la fe de nuestro Padre: ojalá seamos todas y todos instrumentos leales.

El mes pasado os invité a considerar el primer artículo del Credo, fundamento de todo nuestro creer. «Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de las cosas visibles —como es este mundo en el que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros que llamamos también ángeles— y también creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal»[1]. Así comenzaba Pablo VI elCredo del Pueblo de Dios en 1968, al concluir el año de la fe que había convocado para conmemorar el XIX centenario del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Consciente de la riqueza inagotable contenida en la revelación, y asistida constantemente por el divino Paráclito, la Iglesia ha ido profundizando con la razón en el misterio de la Trinidad. Gracias al esfuerzo de generaciones de santos —Padres y Doctores de la Iglesia—, ha logrado iluminar de algún modo este gran misterio de nuestra fe, ante el que —como decía nuestro Padre— "nos pasmamos" a diario, al tiempo que deseamos aumentar nuestro trato con cada una de las tres Personas divinas.

«Dios es único pero no solitario»[2], afirma un antiquísimo símbolo de la fe. Al comentarlo, el Catecismo de la Iglesia Católica explica que esto es así porque «"Padre", "Hijo", "Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo"»[3]. No imagináis qué gozo experimentó nuestro Fundador, en Marsella, al ver en un dibujo, sobre una piedra tallada, la referencia a la Trinidad, que quiso colocar en la Cripta de la Iglesia prelaticia.

Continúo ahora con el segundo artículo del Credo. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho[4].

En Dios, la generación es absolutamente espiritual. Por eso, «por analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí mismo, una idea, un "concepto" (...), que del latín verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o "concepto" eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conociéndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta generación, Dios es —al mismo tiempo— Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la Divinidad, que excluye una pluralidad de "dioses". El Verbo es el Hijo de la misma naturaleza del Padre y es con Él el Dios único de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento»[5]. No me detengo ahora en la Persona del Espíritu Santo, único Dios con el Padre y con el Hijo.

Ciertamente no resulta posible eliminar la oscuridad que encuentra nuestra mente, al pensar en Aquel que habita en una luz inaccesible[6]. Ni la inteligencia de los hombres, ni la de los ángeles, ni la de cualquier otra criatura, es capaz de comprender la inagotable Esencia divina: si lo comprendes, no es Dios, expresa un conocido aforismo. Sin embargo, nuestras almas, creadas por Dios y para Dios, tienen ansias de conocer mejor a su Creador y Padre, para amarle y glorificarle más; de ver a la Trinidad y gozar de su presencia eterna.

A este propósito, Benedicto XVI nos anima a los creyentes a no conformarnos nunca con el conocimiento de Dios que hayamos podido alcanzar. Las alegrías más verdaderas —decía en una reciente audiencia— son capaces de liberar en nosotros la sana inquietud que lleva a ser más exigentes —querer un bien más alto, más profundo— y a percibir cada vez con mayor claridad que nada finito puede colmar nuestro corazón. Aprenderemos así a tender, desarmados, hacia ese bien que no podemos construir o procurarnos con nuestras fuerzas, a no dejarnos desalentar por la fatiga o los obstáculos que vienen de nuestro pecado[7].

San Ireneo de Lyon, uno de los primeros Padres que se esforzó por penetrar en el misterio de la acción creadora de la Trinidad, explicaba que «sólo existe un Dios (...): es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría, "por el Hijo y el Espíritu"»[8]. Y, acudiendo a un modo gráfico, metafórico, de expresarse —pues no cabe ninguna desigualdad entre las Personas divinas—, añadía que el Hijo y el Paráclito son como las "manos" del Padre en la creación. Así lo recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, que concluye: «La creación es obra común de la Santísima Trinidad»[9]. En esta absoluta unidad de acción, la obra creadora se atribuye a cada Persona divina según lo propio de cada una. Y así se dice que corresponde al Padre como Principio último del ser, al Hijo como Modelo supremo, y al Espíritu Santo como Amor que impulsa a comunicar bienes a las criaturas.

Meditemos, hijas e hijos míos, con actitud de profunda adoración, estas grandes verdades. Y os insisto en que roguemos a Dios, como aconsejaba san Josemaría, que tengamos necesidad de tratar a cada una de las Personas divinas, distinguiéndolas.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios (...). Todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho[10]. En Dios Hijo, con el Padre y el Espíritu Santo, en la omnipotencia, sabiduría y amor del único Dios, está el origen y el fin último de todas las criaturas, espirituales y materiales, y especialmente de los hombres y las mujeres.

Es tan grande la bondad de Dios, que quiso crear a nuestros primeros padres a su imagen y semejanza[11], y marcó en ellos y en sus descendientes una profunda huella, una participación de la Sabiduría increada que es el Verbo, al infundir en sus almas la inteligencia y la voluntad libre. Sin embargo, son muchos los que lo desconocen, o lo ignoran, o lo ponen como entre paréntesis, pretendiendo colocar al hombre en el centro de todo. ¡Cómo dolía a nuestro Padre esa paupérrima visión de algunas gentes! Así lo comentaba, por ejemplo, durante una reunión familiar al comenzar el año 1973, haciendo en voz alta su oración personal.Algunos pretenden una Iglesia antropocéntrica, en vez de teocéntrica. Es una pretensión absurda. Todas las cosas han sido hechas por Dios y para Dios: ómnia per ipsum facta sunt, et sine ipso factum est nihil, quod factum est (Jn 1, 3). Es un error, tremendo, convertir al hombre en el pináculo de todo. No vale la pena trabajar para el hombre, sin más. Debemos trabajar para el hombre, pero por amor de Dios. Si no, no se hace nada de provecho, no se puede perseverar[12].

El Señor espera de los cristianos que volvamos a alzarle —con la oración, con el sacrificio, con el trabajo profesional santificado— sobre la cima de todas las actividades humanas; que procuremos que reine en lo más profundo de los corazones; que vivifiquemos con su doctrina la sociedad civil y sus instituciones. De nosotros depende en parte —os repito con san Josemaría— que muchas almas no permanezcan ya en tinieblas, sino que caminen por senderos que llevan hasta la vida eterna[13]. ¿Con qué piedad rezamos la oración de las Preces Ad Trinitátem Beatíssimam? ¿Cómo le damos gracias por su perfección infinita? ¿Cómo amamos hondamente este misterio central de la fe y, por tanto, de nuestra vida?

Mañana comienza el Adviento, tiempo litúrgico que nos prepara para la Natividad del Señor. La primera semana nos anticipa los acontecimientos que tendrán lugar al final de los tiempos, cuando Jesucristo vendrá en su gloria para juzgar a los hombres y tomar posesión de su reino. Vigilad orando en todo tiempo, a fin de (...) estar en pie delante del Hijo del Hombre[14]. Y añade: el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán[15]Sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios está en el origen de la creación: todas las criaturas, desde los elementos cósmicos —sol, luna, firmamento— obedecen a la Palabra de Dios, existen en cuanto han sido "llamados" por ella. Este poder creador de la Palabra de Dios se ha concentrado en Jesucristo, el Verbo hecho carne, y pasa también a través de sus palabras humanas, que son el verdadero "firmamento" que orienta el pensamiento y el camino del hombre en la tierra[16]. Meditemos, pues, con frecuencia, las palabras de Cristo que se recogen en el Evangelio y, en general, en todo el Nuevo Testamento. Procuremos sacar luces nuevas de esa consideración, para aplicarlas a nuestra existencia cotidiana. Os sugiero que, conforme al ejemplo de nuestro Padre, cada tiempo de meditación sea un diálogo vivido con esfuerzo: el Señor nos ve, nos oye, está con nosotros, hijas e hijos suyos.

No olvidemos que, a partir del día 17, la Iglesia entona las llamadasantífonas mayores, con las que se prepara de modo inmediato para la Natividad del Señor. La primera es ésta: Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación[17]. Es una apremiante invocación al Verbo encarnado, cuyo nacimiento de la Virgen María estamos a punto de conmemorar. Porque la Sabiduría que nace en Belén es la Sabiduría de Dios (...), es decir, un designio divino que por largo tiempo permaneció escondido y que Dios mismo reveló en la historia de la salvación. En la plenitud de los tiempos, esta Sabiduría tomó un rostro humano, el rostro de Jesús[18].

Preparémonos con fe para esta gran fiesta, que es la fiesta de la alegría por antonomasia. Vivámosla con toda la humanidad. Vivámosla con todos los fieles de la Obra. Acudamos a esta cita con la firme decisión de contemplar la grandeza infinita y la humildad de Jesucristo, que tomó nuestra naturaleza —otra manifestación de cómo nos ama—, y no nos cansemos de mirar a María y a José, maestros estupendos de oración, de amor a Dios.

La Palabra que se hace carne es el Verbo eterno de Dios, que nos ha ganado la condición de ser en Él hijos de Dios: mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos![19]. Y comenta san Josemaría: hijos de Dios, hermanos del Verbo hecho carne, de Aquel de quien fue dicho: en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Jn 1, 4). Hijos de la luz, hermanos de la luz: eso somos. Portadores de la única llama capaz de encender los corazones hechos de carne[20]. Deseo que no faltemos a esta cita de la celebración de la llegada de Dios a la tierra: consideremos en esos días cómo es nuestro empeño por mejorar el estar con Jesús, el vivir con Jesús, el ser de Jesús.

A mediados del mes que acaba de transcurrir, realicé un viaje a Milán, donde me esperaban hace tiempo. Estuve sólo un fin de semana, pero muy intenso, porque tuve ocasión de reunirme con mis hijas y mis hijos del norte de Italia y con muchas otras personas que frecuentan los medios de formación de la Prelatura. He procurado impulsarles para que ahonden en este Año de la fe, pidiendo a Dios gracia abundante para que en las mentes y en las vidas de todos arraiguen con más fuerza las tres virtudes teologales, y así seamos mejores hijos suyos.

Año de la fe, Navidad: ¡qué oportunidad tan grandiosa para que cuidemos más el apostolado, para que nos sintamos más estrechamente unidos a la humanidad entera!

No me olvido de rogaros que me ayudéis a conseguir las intenciones que llevo en el alma, con la persuasión de que hemos de ser, en la Iglesia y con la Iglesia, ácies ordináta[21], ejército de paz y alegría para servir a las almas. Recorramos la Novena de la Inmaculada bien asidos de las manos de la Virgen, y démosle gracias por su respuesta santa.

Con todo cariño, os bendice

                                                                          vuestro Padre

                                                               + Javier

Andorra, 1 de diciembre de 2012. 

                                    © Prælatura Sanctæ Crucis et Operis Dei 
[1] Pablo VI, Proféssio fídei, 30-VI-1968.

[2] Fides Dámasi (DS 71). Símbolo de la fe atribuido al Papa san Dámaso.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 254. El texto citado proviene del Concilio XI de Toledo, año 675 (DS 530).

[4] Misal Romano, Símbolo niceno-constantinopolitano.

[5] Beato Juan Pablo II, Discurso en la catequesis general, 6-XI-1985, n. 3.

[6] 1 Tm 6, 16.

[7] Benedicto XVI, Discurso en la audiencia general, 7-XI-2012.

[8] San Ireneo de Lyon, Contra las herejías 2, 30, 9 (PG 7, 822).

[9] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 292; cfr. san Ireneo de Lyon, Contra las herejías 4, 20, 1 (PG 7, 1032).

[10] Jn 1, 1-3.

[11] Cfr. Gn 1, 26.

[12] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 1-I-1973.

[13] San Josemaría, Carta 11-III-1940, n. 3.

[14] Misal Romano, Domingo I de Adviento, Evangelio (C) (Lc 21, 36).

[15] Mc 13, 31.

[16] Benedicto XVI, Palabras en el Ángelus, 18-XI-2012.

[17] Liturgia de las Horas, Vísperas del 17 de diciembre, Antífona ad Magníficat.

[18] Benedicto XVI, Homilía en las Vísperas del 17-XII-2009.

[19] 1 Jn 3, 1.

[20] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 66.

[21] Ct 6, 4.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Entrevista al Prelado sobre el Concilio Vaticano II


“Leer y vivir el Concilio es amar a la Iglesia entera”

Monseñor Javier Echeverría, prelado del Opus Dei y Rector honorario de la Universidad Austral, habla en esta entrevista exclusiva acerca de la importancia del Concilio Vaticano II para la Iglesia y reflexiona sobre el año de la Fe, recientemente inaugurado por el Papa Benedicto XVI.
El Concilio
Cumplidos 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, ¿podría comentar la importancia que tuvo y tiene para la Iglesia actual?
El Concilio Vaticano II fue la manifestación más solemne del magisterio de la Iglesia en el último siglo, en continuidad con toda la enseñanza anterior. Evidentemente, sus documentos contienen una gran riqueza y, como han señalado Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos corresponde el desafío de ponerlos en práctica, con plena fidelidad, para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a los corazones y a las cabezas de millones de personas. Leer y vivir el Concilio es amar a la Iglesia, a la Humanidad entera.
¿Cuál fue el mensaje central que el Concilio quiso darles al hombre y la mujer de hoy?
Hacer una síntesis no resulta fácil; de todos modos, podría resumirse en que Dios se nos acerca y sale a nuestro encuentro: nos ama, le interesamos y cuenta con nosotros; con su gracia, podemos responderle y hacer un gran bien a los demás; y, concretamente, el Concilio recordó que la santidad –la respuesta plena al amor de Dios– no es una meta para algunos privilegiados, sino que está al alcance de todos, y que todos estamos llamados a llegar a esa unión con Dios en Cristo, a través de nuestra vida ordinaria: familia, trabajo, relaciones sociales. El trabajo del Concilio fue muy arduo. Participaron más de 2.500 padres conciliares.
¿Cómo se pudo llegar a una verdadera unidad y prácticamente unanimidad en los textos aprobados, cuando en las discusiones de trabajo las posiciones sobre diversos aspectos se insinuaban no sólo distintas, sino divergentes?
La Iglesia está formada por hombres y mujeres, y es lógico que, a veces, pueda haber diferencias de enfoques o de puntos de vista. Sin embargo, sería equivocado olvidar que es también divina: Jesucristo prometió que la asistencia del Espíritu Santo la acompañaría siempre. Por eso, como explica Benedicto XVI, es una clave imprescindible ponerse a la escucha: no seguir las propias ideas, sino intentar descubrir la voluntad del Señor y dejar que sea Él quien nos guíe. Detrás de los documentos del Concilio Vaticano II está el trabajo esforzado de muchas personas, pero, sobre todo, se descubre la doctrina de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo.
¿Por qué hubo diversas interpretaciones respecto de algunas disposiciones del Concilio? ¿Por qué los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI han manifestado una fuerte decisión de que se aplicaran sus conclusiones?
Es conocido que el Concilio ha sido mal o parcialmente interpretado en algunos ambientes. Las causas fueron variadas y coincidió también con la difusión del secularismo y del materialismo hedonista, que han ocasionado daños graves. Pienso, por ejemplo, en la pérdida de sentido cristiano que afecta a muchas familias, en el descenso de la práctica religiosa, y también en la crisis de algunos  miembros del clero y de la vida consagrada. Sin embargo, como he dicho, los textos del Concilio contienen una gran riqueza, en parte, muchas de sus enseñanzas ya se han puesto en práctica en la Iglesia y se ven los frutos: el uso frecuente de la Sagrada Escritura, la plena responsabilidad de los laicos, como miembros del pueblo de Dios… Pero el Concilio no es un hecho histórico del pasado, es más bien un proyecto que se va desplegando y asimilando poco a poco, con mayor o menor acierto; a la vez, cabe recordar que la Iglesia peregrina a través de los tiempos y, por tanto, con fe optimista se ha de avanzar siempre. La nueva evangelización, que han convocado el Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI nos recuerda la necesidad de difundir uno de los mensajes clave del Concilio, como le decía antes: la llamada universal a la santidad, mensaje central también en las enseñanzas de San Josemaría.
El Concilio Vaticano II se ha visto como el gran intento de “diálogo de la Iglesia con el mundo”. Cincuenta años más tarde, el Papa vuelve a insistir en este punto. Un padre o una madre de familia, un profesional, un estudiante, un profesor… ¿cómo pueden llevar a cabo ese diálogo con quienes no conocen o han dejado de lado la fe?
La Iglesia es esencialmente misionera y el cristiano está llamado a ser siempre testimonio de Jesucristo. San Josemaría explicaba que no se puede separar la vida cristiana del apostolado, del mismo modo que no se puede disociar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su misión de Redentor. Pienso que el primer desafío de todo fiel –madre o padre de familia, hijo, trabajador, intelectual, sacerdote, obispo, religioso o laico– es formarse bien y profundizar en las razones de su fe. El Santo Padre nos ha recomendado – en este Año de la fe– conocer bien el Catecismo de la Iglesia Católica; de este modo, podremos dialogar con los demás, para invitarles a compartir el tesoro que hemos recibido, con respeto y sinceridad: esa es la base de todo acercamiento. Y un punto básico es que los católicos nos ejercitemos en el mandatum novum: saber amar a todos, para servir, para ayudar y, cuando es necesario, para corregir con caridad.
¿Qué importancia tuvo, en lo referente a la doctrina sobre los fieles corrientes recogida por el Concilio, el mensaje que San Josemaría Escrivá –la llamada universal a la santidad– venía proponiendo desde 1928?
Las enseñanzas de San Josemaría aportaron luz sobre la profundidad de la vocación a la santidad, que todos los fieles laicos reciben
con el bautismo, para el servicio de la Iglesia y de todo el mundo: de las familias, de los ambientes profesionales, de los más necesitados. Así lo puso de manifiesto el Beato Juan Pablo II, cuando se refirió a San Josemaría como “apóstol de los laicos para los tiempos nuevos” y en los documentos oficiales de su causa de canonización se le llama “precursor del Concilio Vaticano II”. Muchos padres conciliares afirmaron que había sido San Josemaría un precursor del mensaje de esta asamblea de la Iglesia.
¿Podría exponer la labor que nuestro primer Rector Honorario, el venerable Mons. Álvaro del Portillo, tuvo en las sesiones de
trabajo del Concilio?
Tendría que alargarme mucho y quiero precisar que de este punto se ocupará la misma historia. Su aporte ha sido remarcado por muchos de los protagonistas: como se sabe, intervino directamente, desde la fase antepreparatoria hasta el final del Concilio. Puedo testimoniar un dato significativo: el aprecio que se le tenía en la Curia romana, incluso por parte de quienes no pensaban como él. Era un hombre de paz, de unidad, de caridad. Su sello personal era la sonrisa serena con contenido fraterno: cualquiera que trabaja en equipo valora qué importantes son las personas que sonríen y unen. En el caso de Don Álvaro esto se sumaba a su inteligencia y a su capacidad de trabajo.
El Año de la fe
¿Puede aconsejarnos el modo de vivir y aprovechar con fruto en la comunidad universitaria el reciente “Año de la fe” instituido por el Papa Benedicto XVI?El Año de la fe es una gran ocasión para profundizar, personalmente también, el mensaje de Jesucristo y la propia renovación personal para comunicar ese mensaje: es una oportunidad de valorar más la fe, procurar hacerla vida como cristianos coherentes, y ayudar a que las mujeres y los hombres de nuestro tiempo la vean como una respuesta a sus interrogantes profundos, y se sientan protegidos, ayudados, animados. Para esto, es fundamental el estudio, la formación y también la amistad personal, que conduce al apostolado.
La fe ha de estar presente en la vida universitaria y en la investigación científica: Benedicto XVI insiste en la necesidad de “ensanchar
la razón”, porque no hay contraposición entre ciencia y fe: sería equivocado –reductivo y empobrecedor– obrar como si, en la práctica, en la ciencia o en la vida pública, económica, o en el trabajo universitario hubiera que prescindir de la dimensión trascendente del ser humano. Por otra parte, una comunidad universitaria tiene que estar centrada en la educación y formación de los alumnos, y abierta a los grandes desafíos intelectuales, al mismo tiempo que busca con prioridad el servicio a la sociedad en problemas acuciantes: la protección de la vida humana, en todos los estados de desarrollo; la ayuda a la estabilidad de la familia, fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; la lucha contra la pobreza y la marginalidad; la promoción de una nueva cultura, una nueva legislación, una nueva moda, más coherentes con la dignidad de la mujer y del hombre, como hijos de Dios. ¿De dónde saldrán propuestas concretas cristianas para lograr una sociedad justa y solidaria, sino de quienes se inspiran en el Evangelio y se apoyan en el trabajo generoso y bien acabado? La sociedad necesita personas bien preparadas, desde el punto de vista humano, profesional y espiritual: tenemos un camino abierto para continuar recorriendo el Año de la fe, y después también.
Benedicto XVI convocó a un Año de la fe en un momento en que la fragilidad de algunos miembros de la Iglesia se hace patente y el mundo parece circular por derroteros ajenos a ella. ¿Por qué piensa que, a pesar de todo, es tiempo de creer? ¿Por qué seguir creyendo en la Iglesia?
Como le decía antes, la Iglesia está formada por hombres y mujeres: sabemos que existe el pecado y que Dios nos llama  constantemente a la conversión del corazón. Como vemos que hace el Papa, no cabe ignorar los problemas, ni dejar de preocuparse por las personas que han padecido injusticias. Sin embargo, ahora se ve con claridad que el mundo tiene una gran necesidad de Dios y de su gracia, que nos llega a través de los sacramentos, en la Iglesia. Los jóvenes parecen descubrirlo con facilidad y llama la atención –por ejemplo, en las Jornadas mundiales de la Juventud– cómo vibran con la Eucaristía, con la persona del Papa y con la Iglesia. La Iglesia es joven y estamos realmente en tiempos de esperanza. La Iglesia busca la unidad, promueve la paz y la solidaridad, pone su prioridad en la evangelización, atiende a los más pobres y es un faro de luz, frente al odio y a la violencia en tantas partes del mundo. En este contexto, los cristianos debemos reflejar el rostro amable de Cristo. La Iglesia, nuestra Madre, es santa, y lo será siempre, aunque la conducta de algunos hijos pueda no concordar con esa santidad.
San Josemaría decía que tenía una fe muy grande, “tan gorda que se puede cortar”, explicaba de modo gráfico. Usted ha vivido con este santo, ¿en qué se distinguía esa fe?En su trato confiado con Jesucristo, que “empapaba” toda su jornada. En su devoción filial a la Santísima Virgen. Y también en la humildad y en la magnanimidad: se consideraba poca cosa y era consciente de que todo lo que hiciera valía si Dios lo hacía prosperar y, a la vez, se animaba a grandes empresas por ayudar a este mundo nuestro. Son muy grandes y numerosas las iniciativas sociales, educativas, religiosas que han surgido por influjo de sus palabras. La Universidad Austral es un ejemplo concreto de ese afán desbordante de San Josemaría por servir a Dios y a la sociedad entera. Supo y quiso siempre contar con Dios y, simultáneamente, ocultarse y desaparecer personalmente, para que sólo el Señor brillase.
¿Podría hacernos comprender la necesidad que tienen la mujer y el hombre actual de consolidar su fe para transitar con felicidad por este mundo que, muchas veces, no incluye a Dios en su proyecto vital?
La felicidad verdadera, que todos anhelamos, sólo llegará a su plenitud en la vida eterna, pero se conquista y comienza ya en la Tierra cuando vivimos en amistad con Dios. San Agustín lo explicó magistralmente: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Le diré también que sólo puede sentirse necesitado de Jesucristo quien se siente necesitado de salvación. ¿Habrá alguien hoy que crea que no tiene necesidad de sanar nada en su corazón, en su vida, en su pasado, en su presente? Los cristianos debemos ser ese rostro comprensivo de Cristo para los demás. Si nuestros amigos y amigas, y todas las personas, encuentran en nosotros un rostro fraterno, podremos comunicarles el gran mensaje de la Iglesia: “No tengan miedo de abrir las puertas a Cristo” (Juan Pablo II) y “Anímense a arriesgar por Cristo” (Benedicto XVI). El camino de la felicidad es siempre un camino de generosidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la persona “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes, n. 24).
Por último, queríamos preguntarle algo entono más personal: ¿hay alguna posibilidad de que nos visite durante el transcurso de este Año de la fe?
A mí me encantaría visitar la Universidad y charlar con cada una y cada uno, para compartir alegrías y penas, desafíos y proyectos. Abandono este deseo en las manos del Señor.

jueves, 28 de junio de 2012


Benedicto XVI declara Venerable a Álvaro del Portillo

El Santo Padre Benedicto XVI ha autorizado esta mañana a la Congregación de las Causas de los Santos a promulgar decretos relativos a 16 causas de canonización. Entre ellos se encuentra el decreto de virtudes heroicas del obispo Álvaro del Portillo (1914-1994), prelado del Opus Dei.

28 de junio de 2012

Opus Dei - El venerable Álvaro del Portillo.
El venerable Álvaro del Portillo.
La noticia, en vídeo (Agencia Rome Reports)

Un sacerdote de paz y lealtad
Al conocer el anuncio realizado por la Santa Sede, el prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, ha manifestado “gratitud a Dios por este pastor ejemplar que amó al Señor y a su Iglesia”.  Y ha añadido: “Don Álvaro es recordado por tantos hombres y mujeres como un sacerdote de paz, leal a su compromiso de amor a Dios; muy unido a la Iglesia y al Romano Pontífice; supo servir con alegría y total generosidad a san Josemaría Escrivá de Balaguer; a sus hermanos —luego hijos— en el Opus Dei; a sus parientes; a sus amigos y a sus colegas. Con su predicación ayudó a encontrar la felicidad en la fidelidad a Jesucristo a centenares de miles de personas en los diferentes países a los que realizó viajes pastorales”. (Puede leer la declaración completa al final de esta nota).

Mons. Echevarría, principal colaborador del nuevo Venerable desde 1975 hasta 1994, se refirió a él como una persona que “irradiaba paz, alegría, sencillez, espíritu cristiano y visión apostólica”. 

Rasgos biográficos
Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Era el tercero de ocho hermanos. Ingeniero, doctor en Filosofía y Letras y en Derecho Canónico, en 1935 se incorporó al Opus Dei. Muy pronto se convirtió en el más sólido apoyo del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer. Fue ordenado sacerdote en 1944.

En 1946 se trasladó a Roma. Con su actividad intelectual junto a san Josemaría y con su trabajo en la Santa Sede realizó una honda reflexión sobre el papel y la responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones sociales y familiares. Entre 1947 y 1950 empujó la expansión apostólica del Opus Dei en Roma, Milán, Nápoles, Palermo y otras ciudades italianas. Promovió actividades de formación cristiana y atendió sacerdotalmente a numerosas personas. 

Desde el pontificado de Pío XII hasta el de Juan Pablo II desempeñó numerosos encargos en la Santa Sede. Participó activamente en el Concilio Vaticano II y fue durante muchos años consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El 15 de septiembre de 1975, tras el fallecimiento del fundador, don Álvaro fue elegido para sucederle al frente del Opus Dei. El 28 de noviembre de 1982, cuando el beato Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, le designó prelado y el 7 de diciembre de 1990 le nombró obispo. A lo largo de los años en que estuvo al frente del Opus Dei, promovió el comienzo de la actividad pastoral de la prelatura en 20 nuevos países. Como prelado del Opus Dei, estimuló también la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas. 

Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. Tras su muerte, miles de personas han testimoniado por escrito su recuerdo: su bondad, el calor de su sonrisa, su humildad, su audacia sobrenatural, la paz interior que su palabra les comunicaba.

El iter de la causa de canonización
El 19 de febrero de 1997 Mons. Flavio Capucci fue nombrado postulador de la Causa de canonización de Mons. Álvaro del Portillo. Tuvieron lugar a continuación dos procesos paralelos. Uno ante el tribunal de la Prelatura del Opus Dei,  y el segundo ante el tribunal del Vicariato de Roma, que llevaron a cabo sus investigaciones, respectivamente, del 5 de marzo de 2004 al 26 de junio de 2008 y del 20 de marzo de 2004 al 7 de agosto de 2008. 

Además, dado el elevado número de testigos que vivían lejos de Roma, se celebraron ocho procesos rogatoriales en Madrid, Pamplona, Fátima-Leiria, Montreal, Washington, Varsovia, Quito y Sídney. En total se ha interrogado a 133 testigos (todos de visu, salvo dos que han contado dos milagros atribudos al Siervo de Dios). Entre ellos hay 19 cardenales y 12 obispos o arzobispos. 62 de los testigos eran fieles de la Prelatura; los otros 71, no.

El 2 de abril de 2009, la Congregación para las Causas de los Santos decretó la validez de las actas procesales y el 12 de junio nombró como Relator de la Positio al P. Cristoforo Bove, O.F.M.Conv., que se presentó el 19 de febrero de 2010: eran 3 volúmenes (Informatio, Summarium yBiographia documentata)con un total de 2.530 páginas.

El 10 de febrero de 2012, el Congreso peculiar de los Consultores Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos, dio respuesta unánime positiva a la pregunta sobre el ejercicio heroico de las virtudes por parte del Siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo. En el mismo sentido, se pronunció la Congregación Ordinaria de los Cardenales y de los Obispos el 5 de junio de 2012.

El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presentó una relación detallada de estas fases al Romano Pontífice. Con fecha de hoy, Benedicto XVI ha aceptado y ratificado el voto de la Congregación para las Causas de los Santos, y ha indicado que se publique el Decreto por el cual declarara Venerable a Mons. Álvaro del Portillo.

* * *

Al conocer el anuncio realizado esta mañana por la Sala de Prensa de la Santa Sede, S.E.R. Mons. Javier Echevarría ha expresado las siguientes palabras:

La declaración de virtudes heroicas de Mons. Álvaro del Portillo es motivo de agradecimiento a Dios: gratitud por este pastor ejemplar que amó al Señor y a su Iglesia, y a quienes le rodeaban o coincidían con él, además de rezar por la humanidad. Procuró en todo momento buscar el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios.

Don Álvaro es recordado por tantos hombres y mujeres como una persona, un sacerdote de paz y leal a su compromiso de amor a Dios; muy unido a la Iglesia y al Romano Pontífice; supo servir con alegría y total generosidad a san Josemaría Escrivá de Balaguer; a sus hermanos —luego hijos— en el Opus Dei; a sus parientes; a sus amigos y a sus colegas. Con su predicación ayudó a encontrar la felicidad en la fidelidad a Jesucristo a centenares de miles de personas en los diferentes países a los que realizó viajes pastorales.

Me consta también que mucha gente acude a su ayuda, en numerosos lugares del mundo, ante necesidades individuales, familiares, laborales, amistosas. Es unánime el comentario de que irradiaba paz, alegría, sencillez, espíritu cristiano y visión apostólica. 

There be Dragons: película sobre el Fundador del Opus Dei, de Roland Joffé.

La vida de Juan Pablo II en 5 minutos.

Adoración al Santísimo Sacramento en vivo. Haga Click en el botón Play!

Los 4 Evangelios en audio

Lecturas y Meditaciones (audio)


Lea aquí o descargue Caritas in Veritate

cliquee sobre el texto para agrandar la imagen

Lea aquí, o descargue Spe Salvi

cliquee sobre el texto para agrandar la imagen